El Mercat de les Flors, siempre atento a lo más vibrante de la escena internacional, acogió un doble programa de la Dresden Frankfurt Dance Company que dejó al público sumido en una mezcla de asombro y contemplación profunda. La compañía alemana, conocida por su refinamiento técnico y por la libertad con la que aborda el movimiento contemporáneo, llegó a Barcelona con dos piezas que dialogan entre sí desde lugares totalmente distintos: una centrada en la precisión y la composición milimétrica; la otra, en la espontaneidad, el riesgo y la improvisación como motor creativo. El resultado fue una velada que confirmó por qué esta formación es una de las más interesantes de Europa.
La primera pieza del programa destacó por su arquitectura coreográfica. Desde los primeros minutos se percibió un compromiso absoluto con la forma: líneas limpias, desplazamientos exactos, figuras que se construían y desmontaban con fluidez casi quirúrgica. No era una simple demostración de virtuosismo, sino una reflexión sobre la relación entre cuerpos que funcionan como engranajes de un mismo mecanismo. Cada bailarín parecía conocer al milímetro la energía del compañero, su respiración, la velocidad de sus impulsos. La música, minimalista pero envolvente, actuaba como columna vertebral de un movimiento que necesitaba exactitud para mantener su delicado equilibrio.
La estética visual reforzaba esa sensación de orden absoluto. El vestuario, sobrio y funcional, permitía que la atención se concentrara en el dinamismo de los cuerpos. La iluminación, definida en bloques, creaba espacios que se abrían y se cerraban sobre los intérpretes, casi como capítulos dentro de un mismo discurso. Había momentos en los que la escena recordaba a una escultura viva, a una instalación en la que cada gesto tenía una razón de ser. El público respondió a esta propuesta con una atención reverente: se sentía la concentración colectiva, la sensación de estar presenciando un lenguaje que no necesita palabras.
La segunda pieza del programa rompió por completo esa rigidez calculada. Aquí lo que brilló fue la capacidad de improvisación de los bailarines, su valentía para lanzarse al vacío sin una estructura coreográfica fija. Esta obra estaba construida como un territorio de posibilidades donde cada intérprete tenía libertad para explorar impulsos, texturas, ritmos internos. La música también acompañaba esa lógica, fluctuando entre sonidos experimentales, silencios extendidos y pulsos que surgían como ráfagas de energía.
Lo fascinante era que, pese a la libertad, no había caos: lo que surgía sobre el escenario era puro diálogo físico. Las miradas entre los bailarines funcionaban como señales silenciosas, como acuerdos tacitos que se formaban y se disolvían segundo a segundo. La improvisación, en manos menos expertas, puede rozar lo arbitrario; pero aquí se convertía en un tejido vivo, lleno de decisiones conscientes y de escucha profunda. El público sentía esa fragilidad: no había nada garantizado, nada repetible, todo estaba ocurriendo por primera y última vez.
El contraste entre ambas piezas hacía aún más evidente el talento de la Dresden Frankfurt Dance Company. La técnica extrema y la libertad desbordada convivían sin contradicción, mostrando dos caras complementarias de un mismo concepto: el cuerpo como herramienta expresiva ilimitada. La compañía, bajo la dirección artística que ha impulsado una identidad reconocible y valiente, demuestra que la danza contemporánea puede ser precisa y salvaje, contenida y expansiva, matemática y emocional.
El Mercat de les Flors, por su parte, reafirmó su compromiso con presentar propuestas internacionales que amplían el horizonte del espectador. Esta visita de la Dresden Frankfurt Dance Company no fue solo una exhibición de talento, sino una invitación a pensar la danza desde nuevas perspectivas: ¿qué ocurre cuando el control absoluto se encuentra con el abandono total? ¿Dónde se sitúa el arte cuando el movimiento surge desde la intuición? ¿Y qué pasa cuando los bailarines dejan que el cuerpo decida antes que la mente?
El doble programa ofreció una respuesta honesta: ocurre magia. Una magia construida con técnica, riesgo, escucha y una entrega absoluta. Una magia que, por una noche, hizo que el Mercat respirara al ritmo de la improvisación y la precisión más exquisita.

No responses yet